Existe una idea muy difundida y errónea que relaciona la violencia sexual con un impulso o un hecho sexual. Son prejuicios muy peligrosos que impiden entender este fenómeno como un problema estructural. 

Un fiscal de Argentina dictaminó como “un desahogo sexual” una violación en grupo cometida contra una adolescente en 2012. Hace unos días conocíamos también otra sentencia en España: un Juzgado de lo Penal número 1 de Córdoba condenaba a cuatro de los cinco miembros de La Manadaya condenada por una violación múltiple en Pamplona– a un año y medio de cárcel para cada uno por un delito calificado de abuso sexual, después de difundirse un vídeo en el que hacían tocamientos a una joven que estaba inconsciente.

Es urgente desvincular la violencia sexual con esta idea porque su finalidad no es sexual, sino que está relacionada con el poder, la dominación y el castigo. Detrás de una agresión sexual no hay un impulso sexual innato e incontrolable, sino una expresión sexualizada del poder. El aprendizaje que hacen los agresores sexuales de la dominación y de las ideas que legitiman el uso de la violencia, se hace a partir de un conjunto de valores de desigualdad y machismo que lo sustentan y que vienen de muchos siglos atrás.

Los hombres medievales también hablaban de cosas que afectaban a las mujeres. Hablaban de su sexualidad y aseguraban que se les debía forzar un poco, porque cuando decían que no, en realidad decían que . Un esquema amatorio que encontramos en buena parte de la literatura medieval. En “Tirant lo banc” (1460-1464) por ejemplo, las relaciones sexuales contienen erotismo pero también violencia. En uno de los capítulos, dos de los protagonistas, Tirant y Carmesina, tienen prácticas sexuales por primera vez. Carmesina lanza exclamaciones de dolor, pero Tirant ni la escucha ni para.

Si dejamos hablar a una mujer, sus palabras son otras. Así lo exclamó una de las voces reivindicativas medievales, Christine de Pizan en su libro “La ciudad de las damas” (1405):

 

 

 

 

 

 

 

“Estoy desolada e indignada de escuchar a los hombres decir que las mujeres quieren ser violadas y que no les disgusta nada ser forzadas, aunque se defienden fuertemente. Porque no puedo creer que ellas obtengan placer con tal abominación.”

Desde hace siglos la violencia sexual ha sido un instrumento de poder porque busca mantener a las mujeres DESPOSEÍDAS DEL CONTROL DEL PROPIO CUERPO Y DE LA SEXUALIDAD. 

Entender y analizar la violencia sexual como una estrategia de poder ayuda a visibilizar como la EDUCACIÓN SEXUAL ESTÁ DOMINADA POR DESEOS PATRIARCALES que pasan, de ser fantasías, a convertirse en dolorosas y extremas violencias. Todo ello, debido a la EROTIZACIÓN Y SEXUALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA de los últimos años y, de forma paralela, a la necesidad de negar el deseo o libertad sexual femenina.  

Históricamente las violaciones han constituído una vergüenza moral, una ofensa social y un estigma para quienes las sufren. Existe el ESTIGMA que las agresiones sexuales es de las cosas más terribles que les pueden pasar a las mujeres. Según el estigma, una  agresión sexual nos denigra de tal manera que nos tenemos que sentir avergonzadas y traumatizadas. Si a esto le sumamos la CULPABILIZACIÓN y la RESPONSABILIZACIÓN de las mujeres:

 

 

– “¿Por qué había bebido?” 

– “¡Esas no son horas de ir sola por la noche! 

– “¿Por qué no se defendió?” 

– “Iba vestida de forma provocativa”

 

El resultado es que para una mujer no será fácil verbalizar y denunciar lo que le ha ocurrido por temor a ser juzgada, y muchas piensan que es mejor dejarlo y olvidarse de todo.

Para muchas autoras, poder y sexualidad son dos cuestiones que están totalmente entrelazadas. Según Nuria Varela:

“La cultura ha legitimado la seguridad del hombre, la seguridad de creerse superior a su pareja o a las mujeres en general y, sobre todo, ha legitimado la necesidad de autoafirmarse en sus hechos y deseos. La autoafirmación es uno de los principales rasgos masculinos y se realiza a través de la dominación. 

Rita Laura Segato, que en su obra “Las estructuras elementales de la violencia” desarrolla la idea de que las violaciones son medios de expresión de potencia ante la víctima y dice:

“No hay placer, sino gozo dominador”.

La escritora Virginie Despentes, partiendo de su propia vivencia, narra esta sensación de vulnerabilidad e inseguridad respecto a las intenciones masculinas sobre el cuerpo de la mujer:

“Nunca seguras, nunca iguales a ellos. Somos del sexo del miedo, de la humillación, el sexo extranjero. Es sobre esta exclusión de nuestros cuerpos que se construyen las virilidades, la famosa solidaridad masculina, es en momentos como estos que se teje”.

Una inferioridad basada en la distribución desigual del poder que se mantiene gracias a la violencia, violencia simbólica, psicológica, económica, institucional, sexual, etc. Es un discurso interiorizado por las mujeres a la perfección a través de una socialización basada en la pasividad, la inferioridad y el miedo. Y esta amenaza (la violación) genera miedo, coarta la libertad y la seguridad. 

El feminismo ha trabajado para estudiar, hacer visible y combatir la violencia machista. Sin embargo, es difícil cuantificarla por la normalización e invisibilización de gran parte de expresiones de violencia machista y porque existen muchos estereotipos y juicios sociales alrededor de esta violencia. Es momento de cambiar el cuento.

Fuentes:

  • Segato, Rita Laura (2010). Las estructuras elementales de la violencia. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Prometeo libros.
  • Despentes, Virginie (2018). Teoría King kong. Barcelona: L’Altra Editorial.
  • Diputació de Barcelona (2018). Guia per a l’elaboració de protocols davant les violències sexuals en espais públics d’oci. Col·lecció Eines.
  • Crític (www.elcritic.cat): Què sabem de les violències sexuals?